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Nebraska, por los caminos de la vida




A sus ochenta y tantos años Woody Grant acaba de ganarse el premio mayor de la lotería, un millón de dólares que espera invertir en una camioneta nueva y un compresor para pintar la casa. El único problema es que debe recorrer los más de 1.700 kilómetros que separan los Estados Nevada y Nebraska, pero ni su familia le cree que es el gran afortunado, ni le permite conducir.

A pesar de que es un viejo distraído, al cual se le olvidan las actividades más simples, fue capaz de  aprenderse de memoria el texto del ‘boleto’ ganador, el cual le llegó por correo junto a la publicidad de una revista. 

Woody está obsesionado en ir a reclamar su premio, como el tiempo se agota y no quiere que otro se quede con su suerte, cada mañana emprende su viaje a pie, pero siempre hay alguien que lo frustra. En ocasiones la Policía, que lo toma por un loco vagabundo capaz de lanzarse contra los vehículos en medio de la autopista, y a veces su hijo menor, David, quien se arma de paciencia para recogerlo y decirle que el premio es solo un truco publicitario, y que en realidad no hay nada esperándolo en Nebraska.

David, a sus vez, es un cuarentón que no ha conseguido nada importante en su vida. Su novia lo acaba de dejar porque no fue capaz de proponerle matrimonio y su trabajo, como dependiente en una tienda de aparatos electrónicos, no le genera mucha motivación. Ross, su hermano mayor y su mamá, están de acuerdo con recluir al viejo en un asilo, para evitar la carga extra que les genera.

En un arrebato de locura y quizás para encontrar una solución más digna al problema, David decide llevar a su padre hasta Nebraska, para demostrarle con hechos, que está obsesionado con una mentira.

Entonces comienza el viaje, un recorrido por la carretera de la vida que, sin quererlo, los llevará hasta un pequeño pueblo donde el hijo conocerá al hombre que fue arrebatado del presente por las delirios de la edad, entenderá cuál es su verdadero propósito de cobrar su premio y quizás hasta terminen ganando uno mayor.

Dirigida por Alexander Payne, Nebraska es una película del año 2013, que aparenta ser una comedia negra, pero que tramo a tramo se va convirtiendo en un drama que, paradójicamente no produce llanto, sino grieta en el corazón
Payne, sin embargo, no recurre a la emoción fácil, a pesar que utiliza una fotografía exquisita en Blanco y negro, como un hermoso contraste, entre el presente y el pasado.



Nebraska es una oda a la cotidianidad, a la vejez y a la comprensión, a ver de cerca a alguien que siempre ha estado, a reconocer el ciclo de la vida y a valorar los deseos de quien, parece, ha dejado de desear.

Un filme justo para disfrutar el reencuentro de padre e hijo sin caer en meloserías innecesarias que engañan al espectador promedio con actuaciones baratas y resoluciones prefabricadas -léase No se aceptan devoluciones-.

Para destacar las fabulosas actuaciones de Bruce Dern, como Woody, quien consigue una interpretación magistral, conmueve sin llevar al aburrimiento, por el contrario su interpretación recuerda las miradas de los viejos que andan perdidos en el tiempo de la vida.

June Squibb como Kate Grant, la esposa de Woody también es otro punto alto, haciendo un gran contrapeso como la esposa requeñecosa, que sigue tan lúcida como en su juventud. 

Lamentablemente Nebraska no es una película vendedora, requiere de atención y paciencia, pero una vez el espectador se adentre en este mundo seguramente no querrá que termine el camino.

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