Cuenta Víctor Gaviria —el director de cine colombiano recordado por obras como Rodrigo D no futuro, La vendedora de rosas y Sumas y restas—, que su más reciente película, La mujer del Animal, provocó reacciones inesperadas entre los primeros espectadores que tuvieron la oportunidad de verla. Algunos se asfixiaron, otros se indispusieron y prefirieron salirse de la sala. Pero otros, especialmente mujeres, se le acercaron a agradecerle, a contarle que, al igual que la protagonista, habían sido víctimas de la violencia de sus parejas, y que se identificaban con la historia.
Y es que La mujer del Animal es una película que se rodó a sabiendas de que no se iban a recuperar los $2.600 millones que costó, sino con el fin de entregarle a Antioquia, a Colombia y al mundo un documento audiovisual que trascendiera, que tocara fibras y denunciara, sin ambages, el maltrato que tienen que enfrentar muchas mujeres en los barrios más pobres de este país.
La película transcurre a mediados de la década del 70’, en el barrio Uno de Medellín, y cuenta la historia de Amparo, una jovencita de 18 años, que un día se escapa del internado para evitar el castigo de las monjas, tras haber participado en una travesura. Huyendo de una posible retaliación de su padre, llega en busca de su hermana a una zona de invasión donde, sin siquiera sospecharlo, se convierte en el objetivo del bandido más peligroso: un ladrón, asesino y violador de niñas al que todos reconocen con el remoquete del Animal.
Se llama Libardo, es un exconvicto de la cárcel de Bellavista y líder de la pandilla que aterroriza a los vecinos, pero más que un animal es una bestia, un monstruo, la encarnación del mal al que se ve condenada Amparo, cuando la droga, la rapta y la hace su mujer por la fuerza..
A partir de ese momento, la cinta resume los siete años de infierno que vive Amparo. Las reiteradas violaciones, las tundas, los celos sin sentido, las arrastradas del pelo, los insultos, las bofetadas, las patadas y la confinación a un rancho de tablas y plástico, donde no tiene dónde dormir, ni muchos menos qué comer.
Cuenta también Víctor que la historia la quiso plasmar sin elipsis, tal y como se la habían contado a él, y es por ello que no hay tregua, no hay respiro para el público que, escena tras escena, se irá llenando de odio, de ira, de ganas de querer hacerle pagar al Animal todos los vejámenes que le hace pasar a Amparo. Ni siquiera el desenlace será suficiente para sentir alivio. No, al final lo que se siente es el corazón arrugado, el alma dolida y una impotencia por no poder hacer nada, ante los muchos casos de violencia contra la mujer que se presentan a diario.
Pero quizá este sea solo un sentimiento momentáneo, la mortificación por tantos casos ante los cuales se es indiferente y que no trascienden más allá de un artículo periodístico.
Como los vecinos, la hermana y tantos otros testigos del sufrimiento de Amparo en la película, nadie intenta alejarla de la bestia, ni siquiera cuando se convierte en madre. Al contrario, es ella, en medio de su tragedia, quien evita otra violación y ayuda a una segunda mujer, a una segunda Amparo a sobrevivir en medio del dolor.
El cine de Gaviria que retrata la realidad demoledora, sin cortapisas de ningún tipo, logra su mayor expresión en esta película, donde los actores naturales consiguen grandes interpretaciones. Natalia Polo, como Amparo, y Tito Alexánder Gómez, como el Animal, son un dispositivo muy fuerte, porque su dramaturgia hace que la gente sienta que no está viendo una película, sino que está siendo partícipe de algo real, algo que está ocurriendo en este mismo momento.
Aunque la película logra el cometido de denunciar, lamentablemente Animales hay muchos, algunos están escondidos, acechando a jovencitas pobres e ingenuas, tratando de obnubilarlas con promesas de un futuro mejor, pero otros, por medio de su poder delictivo están creando muchas historias como las de Amparo. Recientemente la revista Semana publicó un artículo titulado ‘El depredador sexual de Urabá’, sobre un jefe paramilitar, cuya aberración es satisfacerse con niñas de entre 12 y 14 años. Lamentablemente animales hay muchos y la indiferencia es demasiada.
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