Vivir anónimamente en un pueblo frío y aburrido, compartir la cotidianidad con viejos de pocas palabras y tener un entretenimiento ocasional, basado en la competencia y la avaricia, no parecen ser penitencia suficiente para grandes delitos, excepto si estos han ocurrido ‘ante los ojos de Dios’.
Bajo esa condena, cuatro curas de oscuros pasados residen en una casa, en la fría costa chilena, donde viven en el anonimato y el silencio, del que salen únicamente para animar a Rayo, el perro galgo con el que compiten en carreras, para conseguir dinero.
Los motivos que los llevaron a alejarse de la sotana y la comunión saldrán a la luz en el momento en que reciban a un nuevo compañero, cuya culpa le persigue en forma de hombre, que no teme en gritar a los cuatro vientos los vejámenes a los que fue sometido en la niñez, cuando creía que la santidad se conseguía después de darle placer a un sacerdote.
Pablo Larraín dirige El Club, una historia polémica e inédita en el cine latinoamericano, ganadora del Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín, en 2015, y que en definitiva vale la pena descubrir, a pesar de que ya no esté disponible en salas de cine.
Con un ritmo lento, pero atractivo, como una canción que debe ser bailada cuerpo a cuerpo para ser sentida, Larraín presenta su helada locación y las sutilezas de sus personajes, cuatro hombres y una mujer que parecen no tener mucho que decirse, y en quienes no se hace evidente la vocación espiritual.
A medida que avanza la cinta, en la que son abundantes las fotografías a contraluz, las tensiones se van afinando, convirtiéndose casi en un filme de suspenso, del que se puede esperar cualquier acto macabro o sorpresivo.
El primer encuentro con esa realidad, y que sustenta el soberbio trabajo del elenco, es una especie de confesionario, en el que cada uno, con la cámara en primer plano, explica las razones que los llevaron a pecar, ante un justiciero indolente, que no aceptará que se entreguen más privilegios.
Sin embargo, el rol de juzgador nunca es entregado al espectador, que incluso puede llegar a sentir mucha más empatía con los sancionados, interpretados por Alfredo Castro, Antonia Zegers, Alejandro Goic, Jaime Davell y Alejandro Sieveking.
El guion de Guillermo Calderón y Daniel Villalobos merece todos los aplausos, porque hace una crítica directa a la iglesia católica, a la que le suma momentos de humor negro y la esencia permanente del thriller que fueron muy bien aprovechados por su director, que cuenta la historia sigilosamente, con momentos para la reflexión y para la acción, de los que es muy difícil desconectarse. Esta es la pieza que le abrió las puertas de Hollywood, donde le puso todo su estilo a Jackie, la película que narra un momento crucial en la vida de Jacqueline Kennedy, y que protagoniza Natalie Portman.
Finalmente, la única objeción para la película sería la falta de subtítulos en español, ya que el acento dificulta la comprensión de algunas frases. No obstante, esto no es impedimento para disfrutar de la trama, y para querer verla más de una vez.
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