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Wakolda



Por Camila Caicedo

Después de terminada la Segunda Guerra Mundial o, al menos, después de que el nazismo se viera amenazado, muchos de sus líderes y oficiales, que tanto habían violentado la mezcla racial, huyeron a refugiarse en una tierra colmada de diversidad, Latinoamérica.  
  
Con nombres e historias de vida falsos, llegaron a países como Brasil, Uruguay y Bolivia, por mencionar algunos, para esconderse de la justicia, y perderse poco a poco, en lo que tanto habían negado en su propio continente.  
  
No obstante, sus ideales no fueron olvidados de repente, y muchos continuaron pregonando su pensamiento político, así como labrando camino para cumplir con el gran anhelo de ‘mejorar la raza’, a costa de la vida de quienes consideraban sujeto de experimento.  
  
En su película Wakolda, de 2013, la directora argentina Lucía Puenzo relata parte de esa realidad, a partir de la llegada al país del médico militar alemán Josef Mengele, quien es recordado por experimentar con seres humanos, tanto durante como después de la guerra.  
  
Con paisajes cargados de bosques y frío, que se tornan deslumbrantes, la cinta narra desde la perspectiva de Lilith, una niña de 12 años, que parece menor por su corta estatura, el encuentro de su familia con Mengele, un hombre de mirada analítica y amabilidad sospechosa, con quien entabla una relación de complicidad, motivada por la idea de crecer unos cuantos centímetros. 
  
El guion es basado en el libro homónimo, escrito por la misma Puenzo, que se interesó en investigar el paso de los militares de las SS por Suramérica, así como el lado oscuro de la medicina que, según la historia, fue utilizada por Mengele, a lo largo de su vida, para cambiar el color de ojos, provocar amputaciones y demás atrocidades. 
  
Toda esa malicia y, paradójicamente, carisma para atraer a la gente son muy bien representadas por el actor español Àlex Brendemühl, quien da vida al personaje de actitud que puede lucir amable al principio, pero que siempre se torna sospechosa, en especial en los instantes que interactúa con Lilith o con su madre, interpretadas por Florencia Bado y Natalia Oreiro.  
  
El otro lado del asunto, y quizá el único contradictor de Mengele en toda la historia, es Enzo, el padre de Lilith, al que da vida el actor Diego Peretti. Con una profesión inusual, como la construcción de muñecas, pero con el interés de que estas siempre luzcan diferentes, Puenzo le entrega a ese personaje la convicción más firme de que nunca se debe aspirar a la perfección, y con ella una gran tensión entre este y el militar. 
  
La locación principal de la película, que recibió el Goya a Mejor Película Iberoamericana en 2014, es un hostal rodeado de ese paisaje helado, que se torna poético al principio, pero que con cada nueva situación empieza a lucir aterrador y siniestro, como avisando que algo malo está por suceder.  
  
La intriga termina por completarse con la banda sonora, así como con algunas subtramas que se vuelven reveladoras, en esta pieza que está disponible en Netflix, permitiéndole a sus espectadores comprender la realidad latinoamericana del siglo XX, sus repercusiones en la actualidad, y la importancia de seguir defendiendo la armonía de la imperfección y la calidad del cine que se produce en nuestro continente. 

 





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