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Sin palabras


El sexo nunca ha sido importante en la vida de Ann Bishop Mullany, una mujer casada y cautelosa, que le cuesta intimar con los demás, y que se obsesiona fácilmente con catástrofes mundiales, para evadir sus problemas. Su esposo, John, es un abogado cuya carrera está en ascenso, así como su éxito con las mujeres, que lo ha llevado a acostarse frecuentemente con su cuñada, Cynthia, que, a diferencia de su hermana, quiere vivir una vida sexual sin ataduras y sin piedad con los implicados.


A este triángulo amoroso y de mentiras llega Graham, un viejo amigo de John, que con su franqueza consigue acercarse a Ann, generando una fuerte atracción al confesarle que es impotente. Sin embargo, su mayor secreto está en una pila de cintas de video con nombres de mujer, en las que varias chicas confiesan sus secretos más íntimos, frente a la cámara.


La tentación de perder el pudor, y la curiosidad por confrontar los misterios de este hombre son los sentimientos que embargan a Ann y a los demás personajes de esta cinta, ganadora de la Palma de Oro de Cannes 1989: Sexo, mentiras y video.


Steven Soderbergh es el director y escritor de esta historia, su ópera prima, que explora a profundidad la complejidad psicológica de los protagonistas, interpretados por Andie McDowell (Ann), James Spader (Graham), Laura San Giacomo (Cynthia) y Peter Gallagher (John), quienes en la actualidad no tienen mucho espacio en la pantalla grande.


Con un argumento tan inusual y atrevido, incluso para esta época, Soderbergh se dedica a dejar pistas acerca de las represiones e inseguridades de los jóvenes, sin la necesidad de incluir declaraciones verbales.


Y es que estos movimientos y actitudes, aunque sutiles, manejan importantes simbolismos que dan el espacio para que el espectador suponga qué están pensando los personajes, en especial la protagonista, que dice mucho de sí misma, sin mover los labios. No obstante, estos momentos pueden ser más relevantes que los diálogos, por lo que se requiere una completa atención de quien quiera verla.


La película es una muy buena representación de la estética de la época, debido a la caracterización de los personajes, sus peinados, prendas y, obviamente, las cintas de video que ya no suelen verse muy a menudo. La cámara hace frecuentes primeros planos sobre ellas, así como sobre los gestos de los actores, sin recurrir mucho a los planos generales, para presentar su entorno.


Las actuaciones tienen un muy buen nivel, por lo que sorprende que la mayoría de su cast no esté tan presente en producciones recientes, a excepción de James Spader, que alcanzó tres premios Emmy a Mejor Actor Principal de una Serie Dramática, en la década pasada, por la serie Boston Legal.


Hay que decir que este es una filme para mayores de 18 años, ya que la atmósfera erótica es omnipresente en la historia, pero eso no significa que abunden las escenas reveladoras o subidas de tono, es más, hay muy poca desnudez, por lo que nuevamente hay que enfatizar en su subtexto.


No obstante, el buen ritmo de la película se diluye en el momento más esperado del desenlace, y esto se da, precisamente, por lo que se dice con palabras, ya que trae a colación un tema que parecía sin importancia, perdiendo el rumbo hasta la escena final, que también tiene sabor a desencanto, porque cae en la narración habitual.


Sexo, mentiras y video es una película de culto, gracias a todo su lenguaje, a su detalle en la composición escenas y a la cantidad de comportamientos que se convierten en referentes para la posteridad. Análisis adicionales a este surgirán todo el tiempo, porque sin importar el gusto, su contenido siempre dará de qué hablar.

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