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Lady Bird



Como un pájaro libre, ‘Lady Bird’, de 17 años, quiere volar lejos de su realidad y de su madre. Y esto es algo normal, porque está a punto de entrar a la universidad, ha empezado a descubrir el amor y se siente frustrada en la ciudad en la que vive, Sacramento, California, porque no tiene un estilo de vida ostentoso y porque su sueño es estudiar en Nueva York.

Marion, su madre, que trabaja largos turnos en un hospital, para soportar la crisis económica que atraviesa su familia, no está de acuerdo con su rebeldía y con su decisión de irse lejos, por lo que las peleas y las críticas son un constante de su relación.

Crecer nunca fue fácil, y convivir con mamá, especialmente durante la adolescencia femenina, tampoco lo es, por lo que esta historia es todo un espejo de los desencuentros que se dan en esa época, a pesar de que el amor nunca se ausente.

Greta Gerwig dirige esta, su ópera prima como directora y su sexto guion, en el que nuevamente se enfoca en la cotidianidad de la mujer y en esos conflictos internos que parecen tan comunes, pero que vistos en pantalla, abren el alma.

Y es que Gerwig consigue reflejar la realidad de muchas personas, tanto de hijas, como de madres, con esta historia en la que se hace evidente la vergüenza que agobia los cerebros de quienes aun no llegan a los 20: la necesidad de encajar e identificarse con algo, de ser aceptado y resaltar con su aspecto y actitud, y de demostrar que ya todo está aprendido, a pesar de que la vida apenas esté por iniciar. Igualmente, presenta el instinto maternal de otorgar realismo, de inculcar valores familiares y de temer al peligro o al dolor que pueda enfrentar su descendencia.

Saoirse Ronan da vida a Christine, la joven que decide empezar a llamarse ‘Lady Bird’, durante su búsqueda de identidad y reconocimiento. La inestabilidad es uno de los ingredientes principales del personaje, pues varía frecuentemente de opiniones, para encajar en círculos sociales, mostrarse interesante y alejada de todos los temores que rondan su soledad.

El papel de Marion está en manos de Laurie Metcalf, quien nivela la balanza en el ambiente de combate que se percibe todo el tiempo entre las protagonistas. Ella también es un mar de emociones; la mujer que no está dispuesta a perder el control ni la cercanía con su hija, que ama sin medida, pero que alcanza sus mismos niveles de terquedad.

Ambas actrices consiguen un engranaje tal, como el de la dinámica de batalla y cariño que existe en la cotidianidad familiar. Llevan la memoria hasta situaciones similares de la realidad, y a reconocer en sus gestos y actitudes algo que ya se ha vivido. Además, complementan la espontaneidad de la dirección, que ofrece belleza en sus secuencias, sin sacarlas de la naturalidad de la vida común.

Otro elemento a destacar es el contexto que presenta: año 2002, uno después de los ataques del 11 de septiembre, por lo que tienen más explicación los miedos a la distancia y a la gran ciudad, así como la ausencia de la tecnología, que seguro es un punto álgido para esas relaciones, en la actualidad.

Paralelas a esa trama central, la cinta cuenta otras pequeñas historias, que surgen, especialmente, de los personajes más jóvenes, como Julie, la mejor amiga; Danny, el primer novio; Jenna, la amiga popular, y Kyle, el chico rebelde, una buena gama de influencias, que fundamentan decisiones y errores, en la vida de la protagonista.

Sin recurrir a giros abruptos o a situaciones fantásticas, Lady Bird crea una conexión emocional con quien la ve y mira más allá de su trivialidad juvenil, con quien logra encontrar su presente o pasado en medio de las escenas y se entretiene con la falta de preocupación de esa edad. Un relato conmovedor sobre el lazo que por más que retumbe, no se rompe, que si flaquea, se sostiene, y que se fortalece siempre con la mirada de alivio y esperanza, sin importar el peso de las palabras.


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