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Todo va estar bien...


“I was once like you are now

And I know that it's not easy

To be calm when you've found something going on”

Cat Stevens, Father and son


Por Carlos López

Quien haya tenido la experiencia de ver a un ser querido atrapado entre los intersticios del tiempo, quien haya afrontado el dolor de ver cómo los años carcomen la lucidez y visto la mirada desorbitada de la demencia en los ojos de un amor, tal vez podrá entender lo devastadora que resulta la secuencia final de El Padre, película británica del año 2020, dirigida por Florian Zeller, adaptación de su obra teatral homónima. 

Se trata de una de las mejores propuestas cinematográficas del siglo XXI: una historia sencilla, pero, a la vez, profunda. Una puesta en escena expresiva, un montaje impecable, actuaciones memorables y, sobre todo, una acertada dirección, que elige el camino más complejo para salir avante con maestría, llevando al espectador en un viaje desgarrador que lo deja perdido en un vacío existencial. 

Que no se malentienda, El Padre es una película brillante, pero una experiencia dolorosa. 

Anthony es un ingeniero retirado que se niega a recibir la ayuda de su hija mayor. Está seguro de que a sus ochenta y tantos años no hay razón para convertirse en una molestia para los demás, considera que puede seguir solo, manteniendo su apartamento, comprando sus víveres, sin limitarse al cuidado de una enfermera y sin dejar de disfrutar la vida escuchando música clásica. 

Sin embargo, algo en la vida de Anthony no está bien, sus pertenencias empiezan a perderse, por lo que desconfía de todos los que lo visitan. Poco a poco, entre el olvido y la desesperación, sin entender qué está pasando, se ve atrapado en un laberinto de luces y sombras, donde los espacios cotidianos, de un instante a otro, cambian, y los rostros de las personas se mezclan, una confusa realidad que combina el presente, el pasado y el futuro. 

A la mitad de la película el espectador está sumergido en ese caos, en esa aparente falta de lógica, y es ahí, justo en ese punto, cuando el director, de una manera brillante, cumplió con su objetivo, pues le ha permitido al público ingresar a la cabeza del personaje para que comprenda cómo es aferrarse a una realidad inexistente, donde lo que alguna vez fue ya no es y solo resta perderse en el tiempo para no dejarse apabullar por la soledad.

Sin duda, este efecto el director no lo hubiera logrado sin contar con un gran elenco, encabezado por dos titanes de la actuación, por un lado en el rol principal, Anthony Hopkins, en el mejor personaje de toda su carrera -sí, incluso por encima de Hannibal Lecter-, y por el otro lado, Olivia Colman, que con su sobriedad y capacidad para reflejar el drama, logra conmover sin necesidad de revelar el dolor por el que atraviesa. 

Hopkins tuvo muy merecido el Oscar al Mejor Actor Principal, que la Academia le entregó el año pasado, porque sobre él recae todo el peso del drama que lleva a que un hombre orgulloso de sí mismo y que se percibe autosuficiente termine apaleado, como un niño temeroso y abandonado en medio de la nada.

Es de resaltar, además, varios puntos importantes en la cinta: primero, el diseño de producción por esa habilidad para que los lugares en que acontece la acción parezcan uno solo; segundo, el montaje, ya que al poder ver la misma secuencia desde diferentes puntos de vista magnifica la sensación de extravío que afronta el propio personaje y, tercero -cómo no-, el guion, la adaptación, a cargo de Christopher Hampton -ganador de varios premios de la Academia- es impecable, potencia cada uno de los momentos dramáticos con sutileza, sin necesidad de diálogos expositivos o innecesarios. 

Hay que darse de la oportunidad de ver El Padre, cuantas veces sea necesario, y tomarlo como una clase magistral de cine, de lo contrario, dejarse llevar por el juego que plantea el director raya con el masoquismo, pues al final, solo habrá un vacío, justo en medio del dolor y el olvido, por más que se quiera creer que todo va a estar bien. 

 

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